Pongámonos en antecedentes. El padre de esta historia siguió viajando y viviendo fuera de España (donde ayer era México, hoy es Francia). Y al hijo de la misma historia, por circunstancias de la vida, sus padres le cambiaron de colegio y, amigos mediante, se hizo del Real Madrid. Y este padre puede entender que, estando fuera de España y con 18 de 20 niños en su clase del Real Madrid, ese hijo se haga del Real Madrid. Lo que jamás entenderá ese padre (un motivo más para ser atlético) es que ese hijo venga contando del colegio que su amigo Mario Pampliega le ha dicho que “un día, a Pepe, un rival le pisó la cabeza cuando estaba en el suelo después de haberle hecho una falta” o que el mismo Pepe “celebraba los goles haciendo el arquero”.
Varias “peleas” ha tenido ese padre con su mujer a costa de los colores futbolísticos de ese hijo: ese padre insistiendo en que “si él estuviese en Madrid, las cosas serían muy diferentes”; la madre, argumentando que “todo sería igual porque lo que le tiraba al niño eran los amigos del colegio”.
30 de septiembre de 2017. Último día en que el Vicente Calderón abría sus puertas al público para visitar su museo, sus vestuarios, su sala de prensa… y hasta para tirar un penalti (otro día entraremos en consideraciones sobre el precio para el aficionado/beneficio para el club de semejante propuesta). Y, entre que el caprichoso destino de sus viajes profesionales le situaba ese día en Madrid y su romanticismo, ese mismo padre decidió que, ya que no había podido pasar con su querido estadio ´su última tarde’, pasaría su última mañana.
Y allá que se fue, prontito por la mañana ante la sospecha de que pudiese haber colas (cuentan que hubo más de cuatro mil visitantes aquel día). Y allá que se fue con ese hijo. Y visitaron el museo, algo que ese padre ya había hecho en otras ocasiones, pero no ese hijo. Y ese hijo quedó maravillado con la cantidad de trofeos (y el tamaño de los mismos) que tenía el Atleti. Y visitaron el vestuario; un vestuario que, no sabe si porque llevaba algunos meses sin utilizarse, si porque estaba ya vacío, si porque el estadio tenía ya muchos años y a quien le hubiera correspondido, no lo había renovado, si porque no todo puede enseñarse al gran público o por todo a la vez… le produjo a ese padre una imagen de exagerada sobriedad y decadencia absoluta, muy alejada de los “súper-vestuarios”, con todo lujo de comodidades, de los que se habla en los grandes clubes… Pero, a ese hijo le impactó lo “bonito” que sonaba el himno del Atleti puesto a todo volumen en el vestuario. Y visitaron la sala de prensa. Y bajaron al campo tras haberlo hecho este padre, por primera vez en su vida, al concluir el partido que nos había dado la Liga de 1996 y con el estadio ya casi desierto… Dicen que, cuando uno va a morir, pasan por su cerebro, en forma de película, muchos momentos de su vida. Pues, en un sentido muchos menos drástico pero comparable, en cierto modo, por la mente de ese padre pasaron muchas imágenes de las que ha vivido los últimos cuarenta años en el Calderón.
Y tiraron, padre e hijo, el ‘famoso’ penalti. El padre al hijo y el hijo al padre. Cabe decir que ese hijo llevaba días emocionado con la opción de tirar un penalti en un campo ´de verdad’. Y ese padre, ante la posible frustración de su hijo le advertía: “Ten en cuenta que esto no es como el jardín de casa; que, en un campo de verdad, las porterías están muy lejos”. Y el hijo respondía: “No importa, papá: me pongo mis botas y mis guantes de portero y chuto muy, muy, muuuuuuy fuerte …. Y seguro que marco”.
Y, cuando el recorrido estaba terminado, ese padre decidió que ‘necesitaba’ hacer algo que llevaba mucho, mucho tiempo deseando. Y anduvo muy despacio, como tratando de apurar aquellos (ya sí que de verdad) últimos minutos que le quedaban en el Calderón, desde la portería del fondo norte a la banda de los banquillos. Y le dijo a ese hijo: “Antes de irnos, voy a hacer algo que llevo años queriendo hacer”. Y ese hijo le preguntó, hasta tres veces en menos de setenta metros: “¿El qué? ¿El qué? ¿Qué vas a hacer, papá?” Y ese padre contestó: “Ahora lo verás”.
Y uno llegó a la banda, se acercó a aquel escudo acerca del cual Luis Aragonés le dijo un día a un asistente: “eso que está pisando es el escudo del Atleti”, esperó a que la gente dejase de hacerse fotos, se arrodilló y lo besó. Y ese hijo preguntó: “Papá, ¿porqué has besado el escudo arrodillado?” Y ese padre contestó: “Porque este escudo es una parte muy importante de mi vida”. Y aquél niño no contestó nada; se quedó pensativo, como ido. Y ese padre no supo, hasta pocos minutos después, cómo interpretar esa reacción.
Y, en el camino de salida desde el terreno de juego al exterior del estadio, padre e hijo pasaron por la tienda. Y, como cualquier niño de seis años, ese hijo pidió cuanta cosa iba encontrando a su paso. Pero pidió especialmente dos. Primero, el balón de LaLiga, cosa a la que ese padre se negó rotundamente. Y segundo… el balón del Atleti. Y ese padre tuvo muchas dudas. Su cabeza le decía: “No lo compres. Vas a perder 25 Euros. Estará ilusionado dos días, pero, en cuanto tú te vayas y vuelva a estar con los amigos del colegio dirá que no lo quiere”. Y su corazón le decía: “¿Y si…?”. Evidentemente, venció el corazón.
¿Sabe usted, querido lector, lo primero que hizo ese hijo cuando tuvo el balón en sus manos, ya pagado, ya suyo? Darle vueltas hasta que encontró el escudo del Atleti y besarlo. En ese momento, ese padre supo interpretar la reacción de su hijo quedándose en silencio después besar (el padre) el escudo del césped y después de que explicarle porqué lo había hecho: algo había hecho ‘clic’ en el cerebro de ese niño.
P.D.: Después de meses de llevar una botella de agua de cualquier marca comercial, el martes posterior, ese hijo volvió a pedirle a su madre su botella del Atleti para ir al colegio. Y meses después de haberle pedido a su abuela (aunque me avergüence reconocerlo) un traje del Real Madrid, ese hijo le ha pedido a la misma abuela el traje del Atleti. Dios dirá cómo sigue discurriendo la historia, pero pocas sensaciones más maravillosas ha tenido ese padre en su vida.
Nota del Autor: Obviamente, el nombre de Mario Pampliega es inventado.