Corría la primavera de 2008. El holandés Frank Rijkaard cumplía su quinta temporada en el banquillo del Futbol Club Barcelona pero, tras un año sin títulos y sin excesivas opciones de conseguirlos en esa campaña, en el entorno culé se empezaba a dudar de su continuidad para la campaña 2008/09. En un mundo, éste del fútbol, con tan poca memoria, muy atrás habían quedado ya las Ligas de 2005 y 2006 y la Copa de Europa lograda también en 2006. Su única opción, el único clavo al que podía agarrase el tulipán holandés para su continuidad en el banquillo blaugrana (y, por ende, la afición para no completar un segundo año sin títulos) era la Copa de Europa. Y ni con ello estaba clara de continuidad de Rijkaard. Pero, por si hubiese alguna duda, el Manchester United se encargo de disiparlas, eliminando a los blaugranas en semifinales, gracias a un solitario gol de Scholes en el partido de vuelta disputado en Old Trafford (el encuentro de ida en el Camp Nou había concluido con empate a cero). Un Manchester que sería finalmente campeón, en parte ‘gracias’ al tristemente (para el Chelsea) famoso resbalón de John Terry en la tanda de penalties.
La irregular trayectoria del Barcelona en aquella temporada (en Liga, finalizaría tercero a 18 puntos del Real Madrid de Bernd Schuster) hizo que, ya desde varios meses antes de la semifinal de Champions, se estuviese especulando con quien pudiera ser el sustituto del Rijkaard. Y una vez han pasado ocho años de aquello, creo que ya se puede revelar lo que alguien con ciertas influencias en la casa blaugrana me contó algunas semanas antes de aquel enfrentamiento ante el Manchester: el elegido por Joan Laporta (por entonces, presidente blaugrana) no era ninguno de los ‘n’ candidatos con los que especulaba la prensa; el elegido era Pep Guardiola, por aquel entonces, entrenador del filial.
El gran ídolo aceptaba el gran reto sin importarle (ni importarle a la directiva) su escasa experiencia en lo que al banquillo se refiere: apenas la adquirida aquella misma temporada, 2007/08, dirigiendo al filial del Barcelona en Tercera División. Si prescindimos del detalle de la categoría, la tarjeta de presentación era inmejorable: Guardiola fue campeón aquel año, subió al equipo a Segunda B y en aquel equipo comenzaban a despuntar nombres como Sergio Busquets, Pedro Rodriguez o Thiago Alcántara.
Sus dos primeros partidos al frente del primer equipo (derrota en Soria ante el Numancia y empate ante el Racing de Santander en casa) hicieron que muchos se planteasen si no hubiese sido mejor escoger un técnico con menor vínculo afectivo pero mayor experiencia al máximo nivel. Pero nueve victorias consecutivas en otros tantos subsiguientes encuentros se encargaron de despejar cualquier duda. Esos dos meses inmaculados no fueron más que el preludio de una temporada histórica: el Barcelona lograría el triplete (Liga, Copa y Champions), convirtiéndose en el primer equipo español en lograr tamaña gesta.